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09 julio 2009

Otro día más en este pulgoso hotel – repetía Augusto cada mañana cuando lo despertaban los molestos rayos del sol. No era que no le gustase el hotel, estaba acostumbrado a cosas peores, solo que no hallaba lo que había venido a buscar. Estaba en crisis, harto de todo, de sus ideas, escritos, familia, amigos, estaba harto de él mismo; pero nada podía hacer, había entrado en el juego y no estaba dispuesto a abandonarlo tan fácilmente.
Sin conseguirlo buscaba en cada cosa una inspiración, en cada detalle de lo que lo rodeaba, en cada bella mujer que caminaba frente a él, en cada injusticia que veía en la calle, en cada sueño que tenía, pero nada, ni una sola línea.
¿Y este pelotudo qué me mira? – se enojaba por dentro cada vez que encontraba la mirada de él, posada encima suyo. Él era Tamym, había llegado a Buenos Aires desde Chile con mucho en la cabeza, algo bastante parecido a lo de Augusto. La cuidad lo mataba, quedaba perplejo frente a cualquier esquina insípida. En un ascensor lo vio y algo de él le llamo mucho la atención, no sabia qué era, si su facilidad para mostrar una sonrisa o su forzosa postura para, sin lograrlo, ignorar a Tamym, pero definitivamente algo de el lo asombraba, tanto como las calles de la ciudad.
Era real su mirada penetrante, Augusto no exageraba cuando la sentía, pero debieron marcar varias cruces en el calendario hasta descubrir qué buscaba esa mirada. Al principio Augusto lo ignoraba, aunque, debe admitir que su misterio lo atraía, es que Tamym tenia ese no se qué que lo hacia indescriptible, era una incógnita constante. Pero, a pesar de esto, por tantos encuentros casuales o, mejor dicho, causales, la mirada lo apabullaba, le quitaba el sueño. Era una obviedad, Tamym buscaba excusas para tropezar con él, hasta inventar una magnífica forma de comenzar una conversación, la cual, estaba seguro, duraría horas, y mucho no se equivocaba, Augusto era un gran hablador, de su boca salían ríos de palabras que podían hacer hablar al más retraído. Pero por alguna razón con Tamym no tenía esa facilidad.
Estaban cansados los dos, Tamym de buscarlo, constantemente, sin recibir nada a cambio, y Augusto de tener que evitarlo. Aunque eso ya pasaba a ser secundario, por fin Augusto creyó sacárselo de encima cuando ya no se lo cruzó, es que hacía días que a Tamym su lápiz lo había obligado a un absoluto encierro. Augusto comenzaba a sentirse bien otra vez, su crisis había sido superada y la reconciliación con sus hojas era perfecta. Por fin habían conseguido los dos lo que buscaban, eso que tanto anhelaban.
Augusto entendió, tardíamente, que esas miradas lo habían ayudado mucho más que cualquier fascinante cosa, y Tamym, se alegró al saber que esa total indiferencia no había sido tan mala.
Y así se encontraron, una vez más, y se dispusieron a hablar, durante horas, claro.

Melanie Timpanaro

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