DESDE UN MATRAZ ERLENMEYER / PALABRAS QUE SON EXPERIMENTOS / ERRORES
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28 mayo 2009

En la vereda anterior a la del juzgado me explotó la cabeza en una escena digna del más barato cine norteamericano(1). -¡Puta madre! -pensé- ¡Justo hoy que es miércoles y el infeliz de D’Agostino llega temprano!
Todavía un poco aturdido por el episodio y con algo de seso colgando del cuello de la camisa junté del suelo los pedazos y los guardé en el tupper en el que traía unas empanadas que previamente tiré ya que no se me ocurría por dónde iba a ingresarlas a mi organismo. Luego entré al edificio.
Efectivamente, allí estaba D’Agostino en la mesa de entrada con su habitual gesto de gastritis crónica. -¿Qué te pasa Fernández? -me dijo con un tono socarrón- Te noto una expresión un tanto ausente. -Sí, -dije- es que me acaba de explotar la cabeza, pero estoy bien. Debe ser por este clima de mierda. Ayer frío, hoy calor… Ya no se puede confiar ni en el clima.
-Es cierto, che -dijo, actuando preocupación- Tengo una prima que le pasó lo mismo pero en el pie.
-Entonces no es lo mismo, boludo. -dije exacerbado por su idiotez, y me dirigí al ascensor.
Durante el viaje de ocho pisos pensé, o mejor dicho, profeticé todas las estupideces que me dirían mis compañeros de oficina por lo que me había pasado.
A las diez, Del Pino me preguntó si me gustaba el grupo “Cabezones”.
Un rato más tarde, Palonsky, a quien le decimos “Chiquito” justamente por ser todo lo contrario, pasó detrás de mi escritorio y recitó pronunciadamente -¡No se olviden de Cabezas, eh!
Antes de la hora del almuerzo, Berardoni intentó hacer un chiste sobre una cabeza, pero le salió mal y aprovechando el silencio para reivindicarse lanzó su habitual y gastado -¡Chiquito cornudo! Y todos rieron.
Pero la sorpresa llegaría a las dos de la tarde cuando la cabeza de Cosimano explotó con un estruendo ensordecedor. Hasta que nos fuimos a las seis, fueron explotando las cabezas de todos. La de Flanagan, después la de Otero, y así hasta que nadie tenía ya la cabeza en su sitio.

La calle se veía diferente al resto de los días. Una procesión de decapitados orquestada por maxilares, cráneos y tripas multicolores desfilaba por Florida.
Al llegar a Lavalle, un linyera que aún conservaba su cabeza, merendaba y reía a carcajadas expulsando de su boca pequeños fragmentos de medialunas empapadas de saliva y vino tinto de tetrabrik.


Juan Pablo Bidegain



(1) En la versión original dice: “del más pochoclero y barato cine norteamericano”. Sin entender bien por qué, seguí el consejo de Martín Kohan y eliminé el adjetivo “pochoclero”.

1 comentario:

  1. NO NO Y NO ! pochoclero le daba estilo, le ponía un sello, era tuyo! me opongo rotundamente a que lo hayas cambiado.

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