DESDE UN MATRAZ ERLENMEYER / PALABRAS QUE SON EXPERIMENTOS / ERRORES
BIEN HECHOS / EVAPORACIÓN DESCONTROLADA / MEZCLAS ATÓMICAS O NUBES /
BIENVENIDOS AL LABORATORIO DE ESCRITURA CREATIVA.


01 agosto 2009

ME HIELO EN LA HABITACIÓN
Pienso en inventarme un habitáculo en el que pueda leer acostado en mi cama y con las manos calientes. Quiero leer como quiero leer: recostado, con la cabeza apoyada en la almohada, la luz que se proyecte desde detrás de la cabecera y quiero que –en invierno- las manos no se me congelen al sostener el libro.
-Guantes.
-Los que realmente abrigan la gélida piel son muy gruesos para poder pasar de página cómodamente.
-Entonces no leas, y ya.
-Pienso que podría ser del tamaño de mi cama. O mejor: para ahorrar dinero en materiales, podrías ajustarle a los laterales menores y mayores de la cama unas planchas de acrílico de más o menos dos metros de alto (así puedo pararme tranquilo) y le pondría un techo. Le inventaría un sistema de calefacción e iluminación, y lista mi pensión lectora. Sería un espacio pequeño en donde el calor se condensaría de manera perfecta. Mi habitación en mi casa de allá es muy grande; por eso. Es muy grande para mi solo. En ella entran tres camas matrimoniales además de la mía, y también tres roperos y tres sillones, y si acomodamos todo bien, tres televisores. Quedaría un poco de espacio para una heladera en un rincón: es más, entraría una mesa para almorzar y también un horno y una mesada. Tampoco habría inconveniente al colocar una pileta para lavar los platos.
-¿El baño?
-Mi habitación es tan grande que no puedo mantenerla limpia. Una vez al mes intento ordenar el sitio que yo ocupo, el resto de la habitación tiene la misma mugre de siempre. No me gustaría cambiar de sitio. Cuando me pierdo en él –en el sentido metafórico de “embelesarse y dejarse llevar”- (una vez sucedió el significado no metafórico y sí literal y encontré la salida aguzando mucho el oído y concentrándome en el sonido de la radio que había dejado prendida antes de embarcarme a buscar un pijama por la sección de los sillones. Doblé por una calleja formada por un sofá y tres armarios y me perdí totalmente) soy feliz, siento que a pesar del frío (al cual como habrán leído, le hallé solución) pude hacerme de un mundito muy grato donde vivir.
-Volví; fue fácil encontrarlo.
-¿Fuiste al real o al que todavía no inventé?
-Pregunté por el baño no para ir son para recordarte que no lo habías incluido en tu relato sobre todo lo que entraría en tu habitación. Ahora que caíste en la cuenta de tu falta, sinceramente necesito un baño.
-Cuando me distraigo es siempre porque comí demás. Siempre como demás, me apasiona la comida. Sobre todo la abundante, abundante comida del ejército. (En mi habitación entraría un ejército). Son muchos los muchachos, y el cocinero nunca termina de contarlos, y por eso no les cuesta nada alimentarme también. De soldado tengo un dado, nada más, pero finjo muy bien ser uno. Qué bueno que tomé ese curso de teatro hacer tantos años: si no supiera fingir ser soldado seguro me hubieran matado cruelmente como a una flor arrancada por una vieja envidiosa que la quiere en su florero. Sí, yo le miento al regimiento porque tengo mucha hambre siempre. De comida, claro, aunque ellos tienen hambre de muchas cosas más. Pobre el cocinero, que no puede acallar las otras hambres de los soldaditos y se enojan con él. El cocinero es un chico de unos treinta años, casado y abandonado por su perro. Su mujer no soporta la idea de no poder hacer un churrasquito y el cocinero sufre por la partida de su can. Me cae bien, sobre todo si no le agrega tanto queso rallado a las pastas.
-¿Ravioles?
-Cualquier pasta. Rellena o no, sin queso y gaseosa sin hielo. Sin servilletas de papel para no contaminar y sin pan para no engordar. Sin mantel porque me incomoda y sin mozo porque odio dar propina.
-Estas distraído
-Y tengo hambre.

Cerré el libro en esa página. No tenía número.


José.


























(ro)

No hay comentarios:

Publicar un comentario